Michael Yapko, psicólogo clínico especializado en terapia familiar, escribió en 1994 un libro sobre las falsas memorias de agresiones sexuales infantiles. En el primer capítulo describe uno de estos casos y reproduce una carta escrita por una hija a sus padres (ver Manzanero, 2010). A partir de éste y otros casos reales Yapko (1994) distingue entre diferentes tipos de casos relacionados con agresiones sexuales: a) casos en los que la víctima ha sabido durante todo el tiempo que ha sufrido agresiones sexuales, b) casos en los que una persona de forma independiente de pronto recuerda una agresión sexual, c) casos en los que un terapeuta facilita el recuerdo de una agresión sexual olvidada, y d) casos en los que un terapeuta sugiere una falsa memoria de agresión sexual. Según Yapko, este último tipo de casos, en los que se centra en su informe, ocurrirían más frecuentemente de lo que creemos. Probablemente uno de los casos más conocidos de falsas memorias de agresiones sexuales a menores ha sido el conocido como Caso McMartin, que tuvo lugar en Estados Unidos en 1983, y sobre el que se han realizado varias películas (Unspeakable Acts, 1990; Indictment: The McMartin Trial, 1995) y escrito un libro (Eberle y Eberle, 1993). En este caso se vieron implicados gran cantidad de niños de muy corta edad como falsas víctimas y como falsos agresores los empleados de la guardería y el hijo de los propietarios (de 25 años), que fue el principal imputado y pasó cinco años en prisión a la espera del juicio que le declaró inocente. En realidad todos ellos fueron víctimas de una investigación inapropiada, de intereses políticos y de los medios de comunicación. La metodología utilizada por una psicóloga, especialista en abuso sexual infantil, para obtener las declaraciones de los menores llevó a que finalmente describieran un amplio catálogo de agresiones sexuales entre las que se incluían felaciones, tocamientos genitales y anales, sodomía, y rituales satánicos que incluían beber sangre. Cerca de 400 niños fueron entrevistados sobre las agresiones, mediante preguntas sugestivas, muñecos anatómicamente correctos (ver capítulo 10) y promesas de recompensas si relataban los supuestos actos sexuales. Siete meses después de iniciadas las investigaciones 384 niños fueron diagnosticados como víctimas de abusos sexuales; 150 de ellos fueron examinados médicamente y el 80% presentaron “evidencias” físicas compatibles con este tipo de agresiones. Más allá de esto, la investigación no encontró ni una sola evidencia que probara que los relatos de los menores eran ciertos. No encontró fotografías de los niños desnudos, que ellos aseguraban les había hecho; tampoco encontró la “habitación secreta” donde decían se producían las agresiones. Las declaraciones de los menores estaban llenas de inconsistencias y descripciones de hechos imposibles. Durante el juicio, algunos menores contaron que habían grabado desnudos películas de indios y vaqueros donde unos mantenían relaciones sexuales con los otros; manifestaron que las agresiones habían tenido lugar en granjas, en circos, en casas de desconocidos, en túneles de lavado de coches, en almacenes, y en una habitación secreta de la guardería a la que se accedía por un pasadizo; contaron que se sacrificaban animales en un ritual parecido a una ceremonia religiosa donde debían beber la sangre de los animales degollados; e incluso uno de los niños afirmó que les obligaron a ir a un cementerio para desenterrar a muertos con picos y palas, para después cortarlos con un cuchillo. Los acusados todavía no lo han superado, tampoco los menores y sus padres que llegaron a creer que las agresiones habían ocurrido realmente. Se celebraron dos juicios, que en total duraron seis años. Cuando todo concluyó los niños tenían entre 8 y 15 años, y habían pasado gran parte de su vida contando las falsas agresiones sexuales que entonces ya “recordaban” con todo lujo de detalles.